El alma que respira.
No vi un túnel de luz. No esperaban por mí aquellos amores que he perdido. No vi ancestros y ninguna divinidad tomó mi mano dándome la bienvenida.
Lo que experimenté fue una tibieza que me abrazaba de manera protectora. No había preocupaciones ni pensamientos más allá de esa sensación de paz que experimentaba.
Me invadió el deseo de no salir de ese estado pues quería permanecer inmersa en ese pequeño capullo que para mí era el universo entero.
Al regresar, junto a mi primera bocanada se quedó grabado ese momento de paz infinita que experimenté.
Cuando vuelven esos recuerdos también revive la incertidumbre de no saber si aquella experiencia fue solamente la creación de los impulsos eléctricos de mi cerebro frente a la pérdida de los sentidos.
Sigo sin saber sobre el misterio de la muerte y tampoco sé si existe el paraíso.
En estos meses he experimentado el duelo que deja una pérdida tan profunda como definitiva.
De este lado del umbral me pregunto si todo el amor depositado en vida nos acompaña en la muerte. ¿Ese amor regresa a nosotros más allá de los recuerdos que quieren consolarnos?
¿Existen palabras que puedan menguar el dolor? ¿Es el sufrimiento de la pérdida un precio pequeño en comparación a todo lo vivido con quien se ha adelantado? ¿Es el amor entregado nuestro consuelo ante lo inevitable de la muerte?
Siempre he tenido más preguntas que respuestas, pero la sabiduría que viene con los años es mi moneda de cambio favorita frente a mis dudas más profundas.
Me aferro a la idea de que es mejor jugarse el corazón que tener una vida a medias.
Texto: Kena Rosas. ©Todos los derechos reservados.
Imagen con finalidad ilustrativa, los derechos pertenecen a su respectivo autor.
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