Equilibrio.

 


  Lloré desconsolada por un gorrión que vi esconderse entre las ramas del limonero en medio de la oscuridad. 

  La presencia del gorrión era habitual desde días antes, él se alimentaba en el jardín junto a otras aves silvestres. Por lo maltratado de su plumaje era fácil adivinar que estaba en el invierno de su vida. Su vuelo era bajo, pausado y se tomaba su tiempo elijiendo las mejores semillas.

  En un par de ocasiones intenté poner al gorrión en resguardo. No era la primera vez que aves de avanzada edad venían al jardín usando sus últimas fuerzas para alimentarse. A ellas las tomaba entre mis manos para luego resguardarlas en casa. Mi intención con esas aves siempre ha sido acogerlas para que en sus últimas horas o días estén en un lugar cálido, con agua y alimento a su disposición.

  No sé si hago bien o me equivoco con ese gesto, no sé si la Madre Naturaleza ve este acto como una intromisión a sus designios.

  Fue hasta bien avanzada la noche que el gorrión que con tanto ahínco había tratado de resguardar eligió las ramas del limonero como refugio.

  Un sonido inesperado en el jardín me hizo salir a toda prisa. Al encender las luces vi la silueta de un gato alejándose rápidamente sobre la tapia. 

  Antes de volver a apagar las luces noté que se movían las ramas del limonero y entre la oscuridad distinguí al pequeño gorrión.

  Comprendí en ese instante que no había forma de acercarme a él. No pude evitar llorar ante la impotencia de saber que probablemente no sobreviviría la noche.

  El gorrión que vi en el limonero no vino a alimentarse la mañana siguiente, y tampoco apareció durante los siguientes días. 

  La ausencia de la pequeña ave me dolió profundamente, pero también me recordó que la Naturaleza es cíclica y posee un equilibrio inherente entre la belleza de la vida y lo inevitable de la muerte.


Texto: Kena Rosas.

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