Violencia.


  No hace mucho leí que siete de cada diez mujeres han sufrido algún tipo de violencia en su vida.

  Comenzaré diciendo que mi historia puede, o no, ser parecida a la de muchas personas. 

  No me enorgullece confesar que he pasado tanto por abuso físico, económico, emocional y sexual.

  La acumulación de abusos, de sentimientos equivocados y el sufrir un episodio brutal de violencia fue lo que me llevó a un estado profundo de depresión. 

  No ahondaré mucho en esa pesadilla, solamente diré que las heridas en la piel se volvieron cicatrices y los moretones se fueron con las semanas, pero confieso que la sensación de miedo y vulnerabilidad se quedó mucho tiempo atrapada entre mi mente y mi piel.

  Casi nunca se habla de lo que es salir de una relación de maltrato. Las personas que corremos con más suerte vivimos para contarlo y aprendemos de la experiencia.

  "Salir" es un acto de fortaleza pero, lo que viene después, la tarea de reconstrucción es una labor dolorosa que requiere de mucha paciencia y amor.

  Lo que yo no sabía ni imaginaba era que reconstruir la vida, la que tenía antes del abuso, me mostró a una desconocida frente al espejo. Yo era un fantasma, la sombra diluida de una mujer que ya no se reconocía, que se sentía sola y que pensaba que ya no tenía fuerzas para seguir. 

  El estrés posterior a aquel abuso me llevó a un estado de depresión profunda con episodios de ansiedad e insomnio. 

  Mi autoestima estaba destruida, la soledad se acentuaba y la culpa acompañada de vergüenza aparecía en todo momento. 

  Y, entonces, llegó la pregunta inevitable: "¿Cómo permití que me pasara esto?"

  Yo no sufrí sola, mi familia y mis personas más queridas también padecieron mi caída a los abismos. Pero poco a poco, con ayuda, con especialistas, con familia, con fuerza propia, pude ir saliendo.

  Los antidepresivos que me prescribieron no fueron milagrosos, acaso ayudaron un 20% en el proceso. El resto, fue juntar y acomodar todas mis piezas que por ese entonces pensé perdidas. 

  Dejar atrás la depresión y la ansiedad fue trabajo constante, de tiempo y cambio.

  Recuperé mi fuerza poco a poco, tuve suerte porque no todas las personas pueden salir de un pozo que te arrastra para que caigas más y más profundo.

  Y aunque mi corazón y mi alma no perdieron su esencia, confieso que a veces me invade el temor.

  No hay una manera de enfrentar a los demonios de una forma sencilla porque a veces aparecen en los momentos más inesperados. En mi caso, los enfrento con la esperanza por delante, con los ojos abiertos y la mente clara. 

  Hablar de frente con la muerte cambia la forma de ver las cosas. Lo digo de nuevo: soy afortunada, muy afortunada, tanto por el apoyo de quienes me ayudaron a levantarme como por toda la fuerza que encontré en mi interior.


Texto: Kena Rosas.

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