Fara.

 





  Tuve un sueño con Fara. Ella, hecha una bolita de algodón, se encontraba acurrucada junto a mí en el sillón mientras yo veía una película. 

  Tal es la naturaleza ilógica de los sueños que recuerdo haber mirado a Fara totalmente tranquila, dormida y tibia junto a mí. Recuerdo que en mi sueño me pregunté si ella era feliz en ese momento.

  Muchas veces, casi a diario, la recuerdo. Son siete años sin ella y aún así aparece en la plática de sobremesa mientras rememoro todo aquello que la hacía única para mí.

  Me pregunto si se sintió amada, si disfrutó de la vida que le ofrecí. No sé si ella guardó en su memoria el día que llegó a esta casa, pequeñita, metida en un bolso. 

  Cuando me ausentaba me recibía dándome lengüetazos mientras movía frenéticamente la colita. Luego, corría por toda la casa y el jardín hasta casi perder el aliento.

  Recuerdo muchas cosas de ella, lo mucho que disfrutaba la lluvia y que le gustaban los ventarrones de febrero, quizá le era agradable la sensación de tener sus orejitas "volando" con el viento.

  Fara disfrutaba de los baños de sol, a veces se quedaba largo rato mirando por la ventana. Recuerdo que le gustaba la comodidad de mi cama pues no era raro que ella se quedara disfrutando del edredón cuando yo madrugaba.

  A veces me pregunto si hay un lugar en donde Fara habita ahora mismo y, si es así, me pregunto si se acuerda de mí... Y si lo hace, ¿sabrá que la amé y la sigo amando? 

  Cuando Fara cayó enferma, ella me enseñó otro tipo de paciencia y entrega. No importaba si era de madrugada y tenía que salir con ella al jardín o desvelarme para administrarle la medicina. Cuidar de ella, hacerme cargo de esa vida que dependía absolutamente de mí, me despertó un sentido de responsabilidad más allá del egoísmo de no querer perderla. Al final, la decisión de dormirla fue porque ya no había tratamiento médico que le regresara la salud, el gozo o la libertad en su vida. 

  Me pregunto si ella sabe que luché hasta el final con y por ella. Me pregunto si ella sabe que no la olvido. Me pregunto, sobre todo, si ella sabe que fue mi familia.


Texto y fotografía: Kena Rosas.

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