Ostara.
Ostara prefiere vivir en los bosques, disfruta mantenerse cerca de los riachuelos y hablando con cada ser con el que comparte ese hogar. Sean muy jóvenes o con años a cuestas, siempre ha tenido oídos para ellos y recuerda sus nombres.
Ella ha sido testigo del eterno ciclo de la vida y la muerte, del cambio de estaciones, de cada sol y cada luna desde que tiene memoria. Lo ordinario y la extravagancia de la Naturaleza no han dejado de maravillarla. Espera con anhelo la llegada de cada primavera pues es el inicio y renacimiento de todo: de las plantas, de los brotes, de las flores, de los habitantes del bosque. Para ella, la primavera siempre estará ligada a la fertilidad.
Con los años, a los pasos de Ostara comenzaron a unirse niños, pequeños que por alguna causa quedaron perdidos entre el laberinto interminable de árboles y no pudieron encontrar el regreso a su hogar. Si se presta atención, cuando se visita algún bosque, a veces se escuchan las risas de esos niños eternos. Su presencia también es parte de la cotidianidad y el caos ordenado de la vida entre todos aquellos árboles y vegetación.
La primera mañana de una primavera fue peculiar pues las voces de los niños alertaron a Ostara.
Entre murmullos y sorpresa, los niños rodeaban el cuerpo herido de una pequeña ave que estaba muriendo. Ellos, desesperados, pidieron a Ostara que salvara a esa ave de una muerte segura.
La diosa, que era respetuosa de la línea de la vida, se sintió muy conmovida por esa ave que perdía la consciencia.
Con total humildad, pidió a la Naturaleza que le permitiera cumplir el deseo de los niños.
Como respuesta a esa petición, un conejo blanco saltó de entre los arbustos y tomó lugar junto a Ostara. Ella comprendió de inmediato el motivo de tal aparición.
El cuerpo del ave se encontraba tan lastimado que, incluso para Ostara, era imposible curarlo.
Con sumo cuidado, Ostara tomó el alma de la pequeña ave y la depositó dentro del cuerpo de la hembra de conejo que había llegado como un regalo. Ese cuerpo esponjoso y dulce se convirtió en el refugio y hogar de la esencia de aquella ave.
Al despertar, el pajarito convertido en conejo se sintió extraño en ese nuevo cuerpo y cierta tristeza se posó en sus ojos. El ave estaba muy agradecida por estar viva y al mismo tiempo sabía que echaría de menos volar libre, construir su nido en primavera y jugar a esconderse de los gatos.
Ostara, comprensiva, tomó a la conejita entre sus brazos y le explicó que no estaría sola, que los niños jugarían con ella todos los días. La diosa, entonces, le entregó una canasta llena de pequeños huevos de colores. Flores, líneas y todo tipo de grecas estaban dibujadas sobre los cascarones.
Así, desde esa mañana de primavera, la pequeña ave hecha conejo comenzó a jugar con los niños. Ella aprendió a esconder los huevitos decorados por todo el bosque, a veces ocultándolos en los lugares menos imaginados para que los niños, felices, los busquen por todas partes.
Los niños y aquella conejita siguen jugando. El paso de los años solamente hace más divertida la búsqueda.
Ostara sabe que la Naturaleza es sabia y no fue coincidencia el encuentro de aquella ave herida justo esa mañana de primavera.
No pudo existir un mejor día para que esa ave hecha conejo renaciera y despertara a su nueva vida.
Texto: Kena Rosas.
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