Cosme, El Espacial.
El tercer lunes de enero no fue triste pero sí fue el día más frío de lo que llevábamos de invierno.
Conocí a Diego en la situación más inesperada que yo me podía imaginar: atrapados en un ascensor entre los pisos 32 y 33 de una torre de oficinas.
Yo conocía vagamente el trabajo de Diego. Sabía que tenía un alias bastante llamativo como infantil: “Cosme, El Espacial”. Con ese personaje había creado todo un performance donde, al ritmo de beats repetitivos, lograba que la audiencia se sumergiera en una atmósfera muy particular. Según las personas que asistían a sus presentaciones, la experiencia era como flotar entre la oscuridad del universo.
Cosme era, para mí, un personaje al que no tomaba en serio. Me hacía gracia su traje de astronauta que parecía un disfraz de Halloween. La tela lucía como aluminio desgastado y en su pecho llevaba una placa con su nombre en letras grandes y un par de planetas de cada lado. Era divertido ver a un hombre vestido de niño. Quizá lo único que me gustaba de su disfraz era el casco de astronauta pues imitaba hasta el último detalle de los que usan en la NASA.
No mentí al decir que conocí a Diego en el ascensor. Yo había ido al edificio a entregar unas fotografías y él a una entrevista en la radio ubicada en el mismo piso.
Entré al elevador y una mano con un guante plateado detuvo las puertas que en ese momento se iban cerrando. Le sonreí tímidamente y esquivé su mirada. Tengo la mala costumbre de sonreír fugazmente a extraños cuando me los topo de frente.
Cosme me saludó muy cordial al entrar en el elevador. Yo, un poco incómoda, observaba la pantalla que indicaba el número de piso mientras descendíamos poco a poco.
De pronto, un parpadeo en las luces y un ruido metálico me hicieron dar un brinco e, instintivamente, tomé el brazo de Cosme para apaciguar mi miedo. Al ser cosciente de lo que acababa de hacer, solté su brazo mientras sentía que la sangre se acumulaba en mi rostro.
Cosme, casi sin inmutarse, apretó insistentemente el botón de emergencia.
–Nada –me dijo al quitarse el casco–. La última vez que estuve en un ascensor descompuesto tardaron más de una hora en sacarme. Mauricio se va a volver loco.
Yo no sabía quién era Mauricio, luego supe que se trataba de su representante y que lo estaba esperando en la recepción de la planta baja. Al parecer, tenían el tiempo medido para llegar a una cadena de televisión donde llevarían a cabo otra entrevista.
–¿Tu teléfono tiene señal? –preguntó.
Entre el susto y el desconcierto ni siquiera había pensado en pedir ayuda.
Revisé mi teléfono, dos rayitas de señal me hicieron sentir alivio.
–¿Puedo? –preguntó.
Le extendí el teléfono, marcó un número y escuché que al otro lado de la línea alguien le gritaba desesperado. Era Mauricio que juraba que movería cielo y tierra para sacarnos del elevador. Escuché que no podían darse el lujo de llegar tarde a la televisora.
Cosme cortó la llamada y me devolvió el teléfono.
–Mi nombre es Diego, con suerte pasaremos un rato aquí.
Creí que había escuchado mal. ¿“Con suerte”? Estar en un elevador descompuesto, con un completo extraño, no era exactamente mi idea de “suerte”.
–Las entrevistas son cansadas –confesó–. Casi siempre formulan las mismas preguntas y doy las mismas respuestas. Disfruto más cuando estoy arriba de un escenario haciendo música. ¿Qué te parece lo que hago?
No deseaba dañar su ego, claro, ¿qué le iba a contestar?
–La verdad es que he escuchado muy poco de tu música. No estoy familiarizada con ella.
–Vaya… Tendremos que poner remedio a eso.
Su sonrisa sincera me hizo sentir un poco menos incómoda. Le hablé de mi trabajo como fotógrafa y el motivo tan azaroso que ese día me había llevado al mismo piso que a él. Le conté que por la mañana había llevado a Matilda, mi perrita mestiza, al veterinario para sus vacunas. Externé que seguramente ella se encontraría algo inquieta aunque, lo cierto, era que Matilda es extremadamente amigable y se deja hacer mimos por todo el mundo.
Diego me contó que le gustaban los perros, que tuvo un labrador negro que había muerto hacía varios años. Me dijo que decidió no tener un nuevo perro porque su ritmo de vida no le permite pasar tanto tiempo en casa. Me habló acerca de los viajes por carretera, de la espera para abordar un avión, de la adrenalina en el escenario, de la conexión con el público y también me confesó que a veces le costaba separarse del alias que se había inventado.
–Debe ser muy cansado –dije con total sinceridad–. Hablo sobre no tener un hogar fijo ni una vida que te pertenezca en exclusividad.
La expresión de Diego fue de absoluta sorpresa, como si no hubiera escuchado esas palabras con anterioridad.
En ese momento, el ascensor dio un pequeño salto antes de ponerse nuevamente en movimiento para llevarnos, sanos y salvos, a la planta baja.
Al abrirse las puertas, vimos a los técnicos que habían hecho posible que el ascensor funcionara. Adiviné de inmediato quién era Mauricio al ver cómo insistía a Diego para que fueran inmediatamente al auto. Al parecer, Mauricio había conseguido que la entrevista se llevara a cabo en el último fragmento del programa de televisión. Aún así, parecía que tenían el tiempo encima.
–Fue un gusto –Diego expresó mientras Mauricio lo llevaba del brazo hacia las puertas de cristal, apurándolo.
Los vi salir tan rápido que no tuve la oportunidad de decirle que me había alegrado compartir el ascensor con él.
Al salir del edificio, unos minutos después, vi que un astronauta regresaba corriendo hacia la entrada. Diego me encontró en la puerta.
–Tienes que venir al show de mañana –me dijo extendiéndome una tarjeta con la leyenda “All access”.
–Te espero en la presentación de mañana en la noche. Tienes que estar ahí.
Y, sin más, echó a correr nuevamente mientras algunas personas lo reconocieron y lo saludaban con asombro.
Después de tal encuentro y de pasar por Matilda a la veterinaria, regresé a casa. Durante el resto de la tarde pensé en Diego y en la manera en que “abrió” su corazón y me había contado cosas muy personales de su vida y su familia.
Realicé una investigación rápida en la red antes de decidir si asistiría a la presentación. ¿Alguien en su sano juicio se negaría a un pase “All access”? Nadie, creo.
La noche siguiente me alisté con ropa cómoda. Al llegar, me dirigí a la entrada entre todo un mar de gente que abarrotaba el lugar. Una chica del staff me llevó tras el escenario cuando le mostré el pase de acceso. Reconocí a Mauricio hablando por radio y dando instrucciones.
–Ah, me hiciste perder una apuesta. Le dije a Cosme que estaba seguro que no vendrías.
Me sorprendió un poco que no lo llamara “Diego”, seguro a eso se refería cuando me dijo que había ocasiones en las que no podía quitarse de encima a su personaje.
La misma chica del staff me condujo a un área cerca del escenario, justo en la parte central desde donde podía ver el espectáculo.
A las nueve en punto se apagaron las luces y apareció Cosme. La adrenalina invadió el aire mientras se desarrollaba el show. En ese momento entendí aquello de dejarse envolver en una atmósfera donde se sentía libertad y, al mismo tiempo, pertenencia.
Antes de terminar el espectáculo, la chica del staff me llevó nuevamente tras el escenario. Terminada la presentación, nos dirigimos junto con algunos admiradores a una convivencia con Cosme. Él firmó discos, se hizo fotografías, habló largamente con sus fans y agradeció a cada uno de ellos por su apoyo. Me pareció curioso que, en cierto momento, se dibujó algo parecido a tristeza o melancolía en el rostro de Diego. ¿Era acaso depresión post show?
–¡Es bueno ver una cara conocida!
Diego me abrazó fuerte y luego se disculpó por el sudor y el atrevimiento.
Mauricio apareció para decir que ya era hora de irse. Diego lo miró con desaprobación.
–¿Tienes auto? –me preguntó.
–Tengo auto.
Y así, con una pequeña maleta y aún vestido de astronauta, Diego y yo subimos a mi auto. Mauricio nos había seguido hasta el estacionamiento y protestaba por la mala influencia que yo ejercía sobre Diego.
–¿Y deseas que te lleve a un lugar en específico?
–A cenar algo –me dijo–, muero de hambre.
En algún punto durante el trayecto, Diego se quitó de encima el traje de astronauta. Era la primera vez que lo veía sin ese disfraz. Efectivamente, Diego y Cosme eran dos personas muy distintas entre sí, eran agua y aceite.
Elegimos lo que todo el mundo en su sano juicio quiere para cenar: pizza artesanal.
El lugar no era muy concurrido, eso lo volvía perfecto e íntimo para charlar.
Diego me contó de su infancia y de su acercamiento a la música, de niño deseaba ser astrónomo pero la música se convirtió en su verdadera pasión.
Ahí, esa noche, comenzó verdaderamente todo.
Cuando Diego no tenía agendado un concierto, se tomaba el día libre para salir conmigo a pasear con Matilda y comer en algún lugar juntos. Conocí su estudio y asistía a sus presentaciones cuando me lo permitía el trabajo.
Las mañanas pronto se llenaron con el aroma a pan tostado y café recién hecho. Diego se había mudado a mi piso. Al principio, cuando Diego y yo no estábamos en mi departamento, dormíamos en su estudio. El haberse mudado conmigo fue una decisión tan natural como sencilla a pesar de llevar saliendo escasos meses.
Matilda lo amó desde un inicio. Diego la llevaba cada mañana a pasear por el parque y Matilda pronto reconoció los pasos de Diego cuando subía por las escaleras. Ella rascaba la puerta y movía frenéticamente la cola al tiempo en que lanzaba un lloriqueo. No hubo día en que ella no diera la bienvenida a Diego. Así, plácidamente como debiera ser todo en esta vida, habíamos formado una pequeña familia de tres.
Un día, sin darnos cuenta, todo comenzó a cambiar entre nosotros. Quizá fue la costumbre, mi impaciencia, la dificultad de Diego para expresar las cosas o simplemente fue ese sentimiento de dar por sentadas las cosas y los sentimientos.
No llegó alguien más, fueron las pequeñas peleas por cosas triviales las que se fueron acumulando hasta crear rápidamente un muro entre los dos.
Una tarde, después de haber estado fuera todo el día en una sesión de fotos caótica, regresé a casa con la firme intención de pasar en la cama lo que quedaba de la tarde.
La lluvia había convertido en un caos las calles y avenidas de la ciudad pero sabía que, al menos, llegaría al refugio del hogar.
La música a un volumen excesivamente alto fue lo primero que escuché desde las escaleras. Entré a casa para encontrarme en medio de una de esas fiestas improvisadas que Diego sabía que me molestaban.
Aquella era una reunión con gente que yo no conocía. Monté en cólera al ver que uno de esos desconocidos le estaba dando de beber cerveza a Matilda.
Diego estaba sentado en el sofá, vestido de Cosme, perdido en sí mismo. Ni siquiera me había visto entrar.
Hice un gran escándalo entre mi sorpresa e indignación. Los desconocidos, hombres y mujeres por igual, salieron rápidamente al escuchar mis gritos y reclamos hacia Diego.
En medio de la pelea, Diego tomó sus llaves, un par de cosas y salió azotando la puerta.
Esa fue la primera y última vez que perdimos totalmente el control.
Limpié, en silencio, todo rastro de la fiesta.
Me quedé dormida en el sofá con Matilda a mi lado, ella no entendía lo que pasaba. Yo tampoco lo sabía.
Los siguientes meses no supe de Diego. Al menos no de manera directa.
Por los medios y las redes me enteré que él había tenido un par de roces con la prensa debido a que su último disco no había tenido la recepción esperada.
Las personas que alguna vez habían abierto sus espacios para entrevistas y presentaciones en vivo, eran las mismas que gozaban con la caída de Diego.
Una noche, cerca de las dos de la madrugada, escuché unos golpecitos en la puerta. Eran de un sonido tan bajo que Matilda ni siquiera se había despertado.
Abrí la puerta para encontrarme a Cosme, empapado hasta los huesos. No tenía idea de cuánto llevaba tocando a la puerta.
–Pudiste usar tu llave –fue lo único que atiné a decir.
–No me pareció correcto.
Lo miré en silencio, esperando a que me explicara lo que lo había llevado de vuelta a mi piso.
–Tengo miedo de todo esto –murmuró–. Tengo miedo porque todo ha sido genuino y al mismo tiempo ocurrió muy rápido. Tú me miras como realmente soy.
–¿Y quién eres? ¿Quién está hablando conmigo ahora mismo? ¿Cosme?
–Soy Diego, contigo siempre he sido Diego.
Matilda se despertó y fue a dar de inmediato a los brazos de Diego. Ella, al igual que yo, no se había olvidado de él.
Esa noche, la lluvia se convirtió en una tormenta que golpeaba ferozmente la ventana. Podíamos estar en medio de un diluvio pero Diego y yo no hicimos algo más que hablar largamente.
Yo lo comprendía y él a mí. No hay mayor intimidad que mirar al otro y comprender sus abismos y su inmensidad.
Han pasado un par de años desde esa noche de tormenta. El escándalo de Cosme fue olvidado por los medios cuando alguien más cayó en desgracia.
No puedo decir que Diego y yo estamos separados pero tampoco estamos juntos como una pareja convencional. A veces, el amor funciona de maneras extrañas.
Para bien o para mal aprendí a convivir con Cosme pues él había sido, desde hace mucho tiempo, una parte fundamental de Diego.
Diego es el alma y los ojos de ese astronauta. Y un astronauta siempre añorará volver al espacio para sentir el silencio y escuchar su voz haciendo eco en lo infinito.
Texto: Kena Rosas.
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Hola!!!! que buenísimo estuvo este relato, me tenia a la expectativa todo el tiempo y tiene mucho mensajes en que pensar. Mis felicitaciones <3
ResponderEliminarPD: Me encanto como escribes, así que me quedo como tu nueva seguidora para seguir leyéndote :D si gustas visitarme mi blog es https://plegariasenlanoche.blogspot.com/ nos leemos <3
Un beso enorme y felices fiestas desde Plegarias en la Noche.
Hola, muchas gracias por visitarme. Me alegra que te haya gustado el texto. También pasaré a visitarte. Ten unas excelentes fiestas. Te envío un gran abrazo desde este lado de la pantalla.
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