Miedos y desapariciones. Parte uno.

 


  Soy una persona de perros, esos seres me han acompañado desde mi niñez. Cuando se tiene un perro se forma un vínculo especial con él. Existe una comunicación entre especies que cuesta describir pero está presente. Ese afecto es difícil de explicar para los que no sienten afinidad con los animales de compañía. 

  Durante la historia de mi vida me han acompañado varios perros a los que he amado profundamente pero con Fara tuve una conexión especial.

  Ella era una perrita blanca, de talla mediana, que desde el primer instante me eligió por sobre el resto de la familia. 

  Fara llegó siendo una cachorrita y con el tiempo fue desarrollando un miedo terrible al sonido de los cohetones. Cada septiembre comienza la pesadilla pues en cualquier momento del día, y a la menor provocación, se escucha la explosión de palomas, brujas, cohetes y fuegos de artificio en general. Esa pesadilla termina en enero, poco después de la llegada de los Reyes Magos.

  Con el paso de los años, el miedo de Fara fue en aumento y lo que comenzó como un pequeño temblor, se volvió un terror incontrolable ante el menor estallido de pólvora. Intentamos tranquilizarla con entrenamiento, lociones relajantes, tapones en los oídos, técnicas de masaje, sedantes leves y un largo etcétera. Su miedo fue más grande que todo los métodos que intentamos para ayudarle.

  Muchas veces me he preguntado qué cosas pude hacer para salvarla, cuánto de su sufrimiento pude evitar y si pude haber actuado de otra manera. La respuesta siempre es dolorosa pues sé que no podía hacer más contra el miedo que ella sentía.

   Finalmente, Fara fue víctima de úlceras que se agravaron rápidamente y la aparición de un cáncer terminó por devorarla. Omitiré la parte tan dolorosa que fue el momento de dormirla.

  Fara murió consumida por un miedo que aún sobrepasa mi entendimiento.

  El amor que entregó durante su vida me sigue acompañando a pesar de su muerte. 

  Su amor es y será irremplazable.



Texto: Kena Rosas.

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