Sabor a invierno.
Al transitar por la carretera, Oliver y yo encontramos un poco de bruma que se fue disipando al igual que la niebla en mi memoria.
El camino que muchas veces recorrí cuando era niña no ha cambiado. Aquel trayecto se volvió costumbre con las escapadas en familia durante mis vacaciones del instituto.
La ciudad que en mi niñez me parecía inmensa, ahora se nota pequeña ante mi mirada adulta.
Salvo por la gente paseando con sus perros, la imagen de mis recuerdos sigue siendo la misma con sus calles angostas y las ventanas sin protecciones.
La actividad en la ciudad comienza desde muy temprano. Los tenderos colocan las frutas en una maravillosa exposición de colores y los merenderos se llenan con olor a café recién tostado. Algunas personas mayores ya han salido de paseo bajo el sol tenue, la mayoría llevan abrigo para protegerse del frío atípico.
Me asombra que hay a quien la vida tranquila le parece monótona. Con el pasar de los años he aprendido a apreciar la sencillez de los días.
Oliver me dice algo acerca del alojamiento, pero yo estoy dispersa evocando ayeres.
Tenemos el día por delante y la noche nos espera para compartir con nuestros amigos. Es seguro que el estruendo de nuestras risas se escuchará mientras contamos anécdotas en la charla de sobremesa y tomaremos vino caliente cuando la temperatura descienda.
Todo eso vendrá, pero mientras las horas transcurren llenaré mis ojos con la cotidianidad de las vidas anónimas que danzan armónicamente en este día que me sabe a invierno.
Texto: Kena Rosas.
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Aemei as imagens desse lugar, as pedras construindo história. E a tua poesia, memórias.
ResponderEliminarGrande abraço e bom fim de semana!
Muito obrigado. Você é um sol.
EliminarGrande beijo. ❤️