Algo distinto.

Mi problema con los últimos días de cada año tiene que ver con el ineludible recuento de los meses. Entre lo deseado, lo vivido y lo logrado a veces hay tanta distancia que parece imposible reconciliarse con lo que también se ha extraviado. Quizá es que mi mente se llena de cierta melancolía. El último encuentro del año se ha dado en la tranquilidad de una noche fresca con mesas al aire libre, compañía y risas. La conversación fue fluctuando entre bromas, anécdotas y preguntas inevitables ante lo que desconocemos sobre el futuro. Mi solución fue el silencio cuando llegó la medianoche. Abracé fuerte a Eric hasta que el brindis terminó para dar paso nuevamente a la música. No soy de palabras elocuentes por lo que la cercanía de un abrazo siempre es una buena solución. He notado que los ánimos se suavizan cuando se trata de despedir un año y recibir uno nuevo con ojos relucientes. Quizá soy un poco cínica al dec...